7.18.2011

Tijuana, 122 años. El festejo de su gente



Por Luis Miguel Villa

El kiosko lucía decorado en su contorno por pizarras improvisadas donde se exhibía las fotos de dos tipos de tijuanenses, los anónimos, los sin nombre y los bien apellidados y emparentados, a muchos nos hubiese gustado saber quiénes eran los personajes de las fotografías, personalidades que en algún momento de su vida fueron protagonistas de su propia historia tijuanense, como ha sucedido al pasar de los años con los nacidos y los inmigrados de arraigo firme en esta tierra próspera y noble. Dentro del kiosco un gran pastel adornado con hermosas rosas grandes casi guindas y al centro las letras en papel con la felicitación a Tijuana por sus 122 años. Los visitantes no perdían oportunidad de posar frente al pastel para tomarse la foto que haga patente el cariño que le tienen a su ciudad.

El parque Teniente Guerrero bien dispuesto, alumbrado, –con los trabajadores todavía a las ocho de la noche cambiando y encendiendo lámparas– sus árboles y palmeras iluminados por luces multicolores, oloroso a comida a modo de kermesse, pero nice, sin sopes, ni tostadas, ni fritangas, ni globos, ni serpentinas, ni tacos dorados, ni café, ni chocolate caliente, hicieron falta los tostilokos, por ahí alguien comentaba. Una verbena popular con sushi, paella, carne asada, comida italiana, sangría preparada y vino de la región. Comensales de dos tipos, los que piden y buscan espacio dónde sentarse a disfrutar su cena y los que esperan el elegante servicio de los meseros que van y vienen.

Los festejantes bien ubicados, en espacio y alcurnias. Unos instalados sobre los jardines o alrededor del kiosko en sus mesas con reservación, un tanto serios y apersonificados en su representación de gente importante, otros más relajados en las bancas de fierro de parque sentados o circulando entre la gente de a pie, buscando, reconociendo y saludando viejos conocidos o reconociéndose como nuevos conocidos que vienen a lo mismo, a celebrar un aniversario más de Tijuana.

La música opaca y seria provoca la iniciativa de alguna de las tijuanenses de las bancas que se levanta a pedirle al encargado del sonido que lo arregle porque ya tiene tiempo sonando la música informe y distorsionada por esos graves demasiado altos que no dejaban apreciar las melodías ni las voces inclusive de los Beatles, le pide que ponga algo movido, alegre, oldies, sesenteras, de esas que a la gente de tijuana les gusta. La música adquiere de pronto color y forma, suena lo clásico, lo rítmico, el popurrí del rock en español de los sesentas, la gente de a pie se anima (pero también algunos, sólo algunos de los “reservados”) poco a poco y el parque comienza a tomar ambiente de verdadera fiesta popular, suena también la salsa, la cumbia, y esos ritmos ya casi olvidados por las calles del centro de Tijuana, se puede ver la experiencia de la vida reflejada en la mirada de los oldies bailando, se puede sentir la energía y las ganas de festejar y de seguir sintiéndose parte de esto que es Tijuana, el baile libre, sin esquemas, casi sin prejuicios.

Llegan finalmente los discursos, la historia, los reconocimientos a los héroes y las palabras del alcalde que se ha paseado muy cordial por entre las mesas a saludar a la gente que lo espera sentada, literalmente, algunos abrazos y muchas sonrisas rodeadas por un fuerte dispositivo de seguridad. Llega la medianoche, el cumpleaños se aproxima, se encienden las velitas, Carlos Bustamante, sus allegados, familiares y acompañantes soplan con júbilo para apagar el fuego celebratorio, un periodista contrubuye a apagar una flama renuente, suenan a lo lejos algunos, muy pocos, cohetones, y se parte el pastel… un año más, los hijos de la ciudad esperan en larga fila para saborear una rebanada de pastel envinado de chocolate con café, muy rico, por cierto.