Por David Bautista
La esperanza es un recurso inagotable de sentido. Sorprende el hecho de imaginar una humanidad que día con día reconstruye y suministra las dosis necesarias para seguir generando orden y estabilidad social. No podríamos comprender nuestras acciones, conductas y comportamientos sin medir las formas, figuras y profundidades de nuestros sentidos. De hecho, la fuerza motriz que activa y altera los patrones volitivos es la depositaria de sentido de nuestras sociedades.
Recuperar el sentido de nuestras acciones es incorporar la importancia de la vida cotidiana como el espacio-tiempo que construye la historia. La vida cotidiana es el campo donde se libran las batallas del sentido. Imposible interpretar la historia sin estudiar y reflexionar sobre las disposiciones que mueven la capacidad inter-activa de los seres humanos. Ante esto es menester el detenernos y cuestionarnos sobre las fuerzas y tendencias que inducen los comportamientos y las actitudes en las sociedades contemporáneas.
El sentido es una fuerza que se configura en la relación e implicación entre lo personal y lo colectivo donde el contexto limita y determina las posibilidades, los alcances y las estrategias mismas. La recuperación de sentido de nuestra cotidianidad se da en función de develar las fuerzas contextuales que mueven y motivan nuestra activación y participación. La empresa no es fácil ni sencilla; el compromiso ético-crítico debiera ser proporcional a los problemas que como humanidad enfrentamos. La vida en sociedad supone un conjunto de reglas a seguir como patrón regulador de sentidos; como todo juego la sociedad globalizada se hace evidente por sus reglas en donde lo único que podemos ganar o perder en este juego llamado globalización es a nosotros mismos. La vida cotidiana es la trinchera desde donde podemos dotar de nuevos sentidos a nuestras acciones, mismas que van siendo orientadas y dirigidas por el capital económico, el cuál se impone como la única vía para la realización del sentido social intentando desfasar al capital cultural, educativo e intelectual. La lógica del capital económico es muy simple y eficaz cuando supone que quién más posee económicamente tiene a su vez más espacio para recorrer y transitar los mapas urbanos; es decir, tiene más movilidad social. Ante esto, la reivindicación del capital cultural, educativo e intelectual debe sugerir que quién más conocimiento aprehenda y asimile más capacidad poseerá para ver, leer e interpretar la realidad; por lo tanto, más capacidad de elegir, optar y de crear espacios para la auto-determinación que vayan generando simultáneamente nuevos patrones de orden y sentido desde el espacio-tiempo de la vida cotidiana.
Mientras el capital económico no logre erradicar ni sustituir al capital cultural, educativo e intelectual la esperanza de construir una nueva y mejor historia seguirá siendo un recurso inagotable de sentido.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario