11.18.2005

Presentación

2 de Octubre no se olvida

Un año más que no se olvida el crimen cometido por el Estado Mexicano en contra de los jóvenes estudiantes, y en contra de la Patria. Lo peor, a casi 40 años, es que los autores materiales e intelectuales se encuentran libres, protegidos por un estúpido fuero y por la protección del Poder Ejecutivo y Judicial.
Es lamentable que el gobierno de Fox no haya cumplido con una de sus promesas de campaña, que era hacer justicia a los caídos de Tlatelolco, y la impunidad sea el común denominador en nuestro país y se nos vaya de las manos la posibilidad histórica de hacer justicia al pueblo mexicano.
La memoria de estudiantes luchando por la democracia, contra la violencia e intolerancia del gobierno, recorren las conciencias de millones de mexicanos y son un legado para las futuras generaciones. Hoy su lucha sigue presente en la defensa de la Soberanía Nacional, en la lucha contra la privatización de la educación y de las universidades, en la lucha contra las muertas de Juárez, en la defensa de nuestro medio ambiente, en fin, la herencia es enorme y debe continuarse con la lucha.
Es nuestra responsabilidad luchar para que los culpables de este crimen, no sigan gozando de los beneficios de la impunidad y que reproduzcamos la protesta a todos los campos de la vida social, sobre todo que en la universidad se tenga presente la lucha del 68 y sus repercusiones en la vida cultural, política y social del país.
Por ello este 2 de octubre hay que manifestarse públicamente contra el crimen de Estado y contra la impunidad que prevalece, también hay que reflexionar en torno a nuestras libertades y a la situación del país en general, para que la lucha de la generación del 68 no haya sido en balde, sobre todo en estos momentos de convulsiones políticas y económicas a nivel nacional.
Homenaje a los que lucharon por un México mejor, más libre, castigo contra los autores materiales e intelectuales que siguen libres recibiendo pensiones vitalicias.

Recuperando sentidos

Por David Bautista

La esperanza es un recurso inagotable de sentido. Sorprende el hecho de imaginar una humanidad que día con día reconstruye y suministra las dosis necesarias para seguir generando orden y estabilidad social. No podríamos comprender nuestras acciones, conductas y comportamientos sin medir las formas, figuras y profundidades de nuestros sentidos. De hecho, la fuerza motriz que activa y altera los patrones volitivos es la depositaria de sentido de nuestras sociedades.

Recuperar el sentido de nuestras acciones es incorporar la importancia de la vida cotidiana como el espacio-tiempo que construye la historia. La vida cotidiana es el campo donde se libran las batallas del sentido. Imposible interpretar la historia sin estudiar y reflexionar sobre las disposiciones que mueven la capacidad inter-activa de los seres humanos. Ante esto es menester el detenernos y cuestionarnos sobre las fuerzas y tendencias que inducen los comportamientos y las actitudes en las sociedades contemporáneas.

El sentido es una fuerza que se configura en la relación e implicación entre lo personal y lo colectivo donde el contexto limita y determina las posibilidades, los alcances y las estrategias mismas. La recuperación de sentido de nuestra cotidianidad se da en función de develar las fuerzas contextuales que mueven y motivan nuestra activación y participación. La empresa no es fácil ni sencilla; el compromiso ético-crítico debiera ser proporcional a los problemas que como humanidad enfrentamos. La vida en sociedad supone un conjunto de reglas a seguir como patrón regulador de sentidos; como todo juego la sociedad globalizada se hace evidente por sus reglas en donde lo único que podemos ganar o perder en este juego llamado globalización es a nosotros mismos. La vida cotidiana es la trinchera desde donde podemos dotar de nuevos sentidos a nuestras acciones, mismas que van siendo orientadas y dirigidas por el capital económico, el cuál se impone como la única vía para la realización del sentido social intentando desfasar al capital cultural, educativo e intelectual. La lógica del capital económico es muy simple y eficaz cuando supone que quién más posee económicamente tiene a su vez más espacio para recorrer y transitar los mapas urbanos; es decir, tiene más movilidad social. Ante esto, la reivindicación del capital cultural, educativo e intelectual debe sugerir que quién más conocimiento aprehenda y asimile más capacidad poseerá para ver, leer e interpretar la realidad; por lo tanto, más capacidad de elegir, optar y de crear espacios para la auto-determinación que vayan generando simultáneamente nuevos patrones de orden y sentido desde el espacio-tiempo de la vida cotidiana.

Mientras el capital económico no logre erradicar ni sustituir al capital cultural, educativo e intelectual la esperanza de construir una nueva y mejor historia seguirá siendo un recurso inagotable de sentido.

Evocando los espectros de Derridá


Por Julio Gallegos
Profesor de Filosofía

Hace varias semanas un colectivo protestó por la intención del gobierno norteamericano de erigir nuevamente la barda metálica en playas de Tijuana.
Esta manifestación de protesta, como es natural, despertó diferentes interpretaciones, una de ellas señala la inconformidad de un amplio sector en Mexico y EU por cualquier política segregacionista y separatista.

Las firmas de tratados comerciales entre ambas naciones, en el marco de la globalización, se ven afectadas por la política exterior e interior entre ambos países y por la postura que tienen sobre el tema de la inmigración. En el panorama mundial la presencia de movimientos políticos y sociales altermundistas, como los llamados globalifóbicos, preocupados por la ecología y el medio ambiente y por una economía global que no pierda su faz humana, representan, a pesar de las fallas que podamos encontrarles, una esperanza para la humanidad en general. Estos grupos heterogéneos, así como los diversos Organismos No Gubernamentales (ONG), que como grupos de concertación pública y presión política cumplen, como podemos darnos cuenta, un papel muy importante en la gestión social. Tal vez, en un sentido hipercrítico, algunos podrían decir que estos organismos sociales o estos movimientos colectivos de protesta, no alteran el sistema sino que son fruto del sistema o estructura social que como fantasmas, espectros o maléficas sombras persiguieran a las democracias neoliberales del siglo XXI.

El filósofo francés Jaques Derrida distinguió de un modo singular estas plagas o fantasmas del nuevo orden mundial. En los espectros de Marx mencionó ideas muy interesantes, como por ejemplo “la guerra económica sin cuartel” entre los países de la comunidad europea, entre ellos y entre los países del Este y de los Estados Unidos, o entre Europa, Estados Unidos y Japón. Esta guerra preside en todo, escribía Derrida, empezando por las otras guerras, puesto que domina la interpretación práctica y la aplicación inconsecuente y desigual del derecho internacional .

En ese texto, Derrida menciona también que entre esas plagas, la expulsión o deportación que sufren tantos exiliados apátridas e inmigrados fuera de un territorio llamado nacional, y que anuncian una nueva experiencia de las fronteras y de la identidad nacional y civil.

Los espectros del miedo a la miseria y otros problemas graves que viven la mayor parte de los países subdesarrollados, es acompañado del crecimiento de la deuda externa y otros mecanismos conexos que conducen al hambre o a la desesperación en una gran parte de la humanidad, y que tienden a excluir del mercado a millones que, no obstante, esta lógica del capitalismo procuraría extender.

Por otra parte sin recelar de la idea de lo jurídico, en sí misma, aún es posible inspirarse en cierto espíritu marxista para criticar la pretendida autonomía de lo jurídico y denunciar, sin descanso, el apresamiento (control) de las autoridades internacionales por potentes Estados-Nación, por concentraciones de capital tecno-científico, de capital simbólico y capital financiero, de capitales de estado y de capitales privados.

Ante la crisis actual del derecho internacional, Derrida proponía en esa ocasión una nueva Internacional que denunciara ya los límites de un discurso sobre los derechos humanos que seguirá siendo inadecuado, a veces hipócrita en todo caso formal e inconsecuente consigo mismo, mientras la ley del mercado, la deuda exterior, la desigualdad del desarrollo técnico-científico, militar y económico mantengan una desigualdad efectiva tan monstruosa como la que prevalece hoy en la historia de la humanidad.